Históricamente el apego ha sido profundamente estudiado por Bowlby, quien lo define como el vínculo que explica cómo un ser humano puede sentirse seguro y protegido y buscar proximidad física y/o emocional con otro. Este vínculo condiciona en gran medida cómo se forjan las relaciones humanas y la calidad de éstas a lo largo de la vida. Lo mismo ocurre con la conducta prosocial, aunque el término por ser más reciente, presenta falta de consenso en su definición y componentes. Sin embargo, los especialistas parten de la premisa de que la conducta prosocial es la base para entablar relaciones sociales y que son muchos los aspectos influyen en este tipo de conductas.
Los animales de compañía, en especial, tienen el potencial de promover un desarrollo emocional saludable de varias formas. “Las interacciones con animales pueden afectar varios aspectos del desarrollo humano, en el plano emocional, comportamental, cognitivo, educativo y social” expresan Espósito, McCune, Griffin y Maholmes. Dicha relación supone un grado afectivo que le asegura al niño o niña una estabilidad emocional más segura, el considerarse ambos desde el compañerismo y una relación amorosa duradera.
Existe cada vez más evidencia de que los niños acuden a sus mascotas para obtener confort, confianza y apoyo emocional cuando sienten enojo, tristeza o felicidad. Una investigación realizada en colegios católicos del norte del Estado de California identificó de manera significativa los costos y beneficios del potencial socio emocional que los niños asociaron a su relación con animales de compañía. En ese sentido, puede afirmarse que la conducta prosocial está ligada a la empatía y a las emociones positivas con lo que el apego a mascotas y animales favorece en cierto grado la prosocialidad en niños
En fin el apego a mascotas parece ser uno de tantos factores que pueden estimular las conductas prosociales de los niños y esto no debe ser motivo de preocupación en los padres, puesto que “ se revela que los jóvenes a los que no les agradan los animales, puntúan más alto en las conductas antisociales que a los que si les gustan” apuntó Fuentes, por lo cual es necesario observar las características del niño y el nivel de progresividad que pueden llegar a alcanzar en el desarrollo de su prosocialidad con el objetivo de identificar qué factores influyen en esta conducta al mismo tiempo que puede observarse su relación con la capacidad de autocontrol, regulación emocional, estilos de crianza y otros.